En el artículo anterior habíamos visto que:
Una de las cosas importantes que aprendimos es que cada persona tiene control significante sobre la mayoría de los factores de riesgo. Entonces, cada uno de nosotros mantiene su destino cardíaco en sus propias manos. Incluso las personas que tienen una fuerte predisposición genética a tener enfermedades del corazón pueden frenar los problemas relacionados con el corazón adoptando estilos de vida saludables.
Con esta premisa, los primeros cuatro consejos fueron:
Mantén la dieta correcta. Como ocurre con tantas otras enfermedades, los riesgos de ataque al corazón están relacionados de manera directa con una alimentación incorrecta. Principalmente, por el abuso de determinadas comidas que están cargadas de grasas saturadas y transgénicas que pueden influir de manera negativa en nuestro corazón. Por ejemplo, se debe tener cuidado con alimentos como la sal, la carne roja o la bollería. Una de las comidas sometidas a disputa durante los últimos años son los productos lácteos, que generalmente se consideraba que contenían grasas que obstruían las arterias. Sin embargo, un estudio sueco realizado en 2010 indicaba que la leche, frente a lo pensado, podía ser beneficiosa para el corazón,bajando la presión o reduciendo el colesterol.
Haz ejercicio. Se trata de algo útil en muchos campos de la vida, y como no podía ser de otra forma, también para mantener un corazón sano. Al fin y al cabo, el corazón es un músculo más, que igual que cualquier otro, ha de ser ejercitado para que pueda latir exitosamente. Con media hora de ejercicio debería ser suficiente, pero es importante mantener el hábito de realizarlo a diario sin ceder a la desidia.
–Relájate. Ya no cabe ninguna duda sobre ello: el estrés está relacionado de manera muy estrecha con el riesgo de padecer una enfermedad cardiaca, pero también otro tipo de problemas que se relacionan con la llamada “personalidad tipo D”, es decir, la más proclive a sufrir problemas de ansiedad. Según un estudio publicado en la revista Circulation de la Asociación Americana del Corazón, las personas con emociones negativas e inhibición social tienen un mayor riesgo de padecer problemas cardiovasculares.
–Vigila tu peso. La obesidad está vinculada con los problemas de corazón, por mucho que un polémico estudio reciente haya puesto en tela de juicio tal concepción. La mejor forma de controlarlo es calcular nuestro índice de masa corporal, con el objetivo de averiguar cuánta grasa hay en nuestro organismo. Sin embargo, no se trata de un método infalible. Algunos estudios señalan que simplemente perdiendo el 10% de nuestro peso, el cambio en nuestra presión sanguínea y en nuestras arterias puede ser decisiva.
–Duerme bien. Mantener unos hábitos de sueño incorrectos puede ser altamente dañino para nuestro corazón, ya que favorece el riesgo de taquicardias, así como el síndrome metabólico. Otros expertos aducen que dormir pocas horas impide la producción de serotonina, lo que provoca una sensación de malestar que nos lleva a incurrir en prácticas alimenticias poco recomendables.
–Sé feliz. Las emociones negativas suelen aumentar la presión de la sangre, lo que provoca fallos en el corazón. Además, como han recordado un gran número de estudios, está comprobado que la población que sufre depresión tiene cuatro veces más posibilidades de sufrir un ataque al corazón que los que no la padecen. Como decirlo es muy sencillo, pero lo complicado es llevarlo a cabo, a veces simplemente sirve con tranquilizarse un poco y contar hasta diez. Se considera que la depresión favorece la creación de placas en las arterias, el aumento de la frecuencia cardiaca y el número de glóbulos rojos.
–Revisa tu historial familiar. Es uno de esos factores que pueden influir de manera importante pero que muchas veces pasamos por alto, ya que las enfermedades cardiacas se repiten con frecuencia dentro de una misma familia. Ello quiere decir que debemos preguntar a nuestros familiares más cercanos si alguna vez han sufrido un problema de este tipo, pero también realizar una visita al cardiólogo si de repente nos enteramos que nuestro tío o nuestro padre tiene un soplo en el corazón.
–Cuidado con el alcohol…. Limitar el consumo de alcohol puede ser un factor diferencial, ya que puede incrementar la presión de la sangre y llevar a un aumento de peso (que, como hemos visto, ya es perjudicial de por sí). Aunque, como suele ocurrir, hay opiniones para todos los gustos: un estudio realizado en España y publicado en el British Medical Journal’s Heart defendía que beber alcohol en exceso reducía en un tercio las posibilidades de sufrir problemas cardiacos. Algo menos radicales se mostraban los investigadores estadounidenses que, con Chris L. Bryson a la cabeza, defendieron que el consumo moderado de alcohol puede repercutir de manera positiva en el funcionamiento del corazón.
–…Y también con el tabaco. Ya que colapsa las arterias aumentando el trabajo que el corazón debe realizar para bombear la sangre y porque el monóxido de carbono reemplaza el oxígeno de la sangre. Cuidado: según una investigación realizada en 2006 por un grupo de investigadores de los cinco continentes, cualquier forma de consumir tabaco conlleva sus riesgos, incluido masticarlo.
–Visita a tu médico. Por supuesto, la última palabra sólo la puede tener un profesional y su examen pormenorizado de la situación del paciente. En ese sentido, es especialmente útil conocer cuáles son los síntomas más frecuentes de los problemas cardiovasculares y, si sentimos alguno de ellos, acudir rápidamente a nuestro cardiólogo. Por ejemplo, dolor en el pecho, fatiga, o sufrir enfermedades de origen desconocido. Entre las pruebas más frecuentes relacionadas con el diagnóstico de enfermedades del corazón se encuentran el electrocardiograma (una representación gráfica de las fuerzas eléctricas que trabajan sobre el corazón) o los análisis de sangre para revisar el nivel de colesterol en la sangre y de azúcar con el objetivo de localizar una posible diabetes. Puede que no sea más que una falsa alarma, pero, ¿y si no lo es?