Todos tenemos esos momentos en que nos viene un apetito voraz que nos hace devorar cuanto dulce encontremos en la cocina. Sin embargo, hay personas que sufren de ataques de hambre recurrentes, pero no por amor a la comida sino para llenar un vacío emocional.
Ese problema se llama adicción a la comida. Quienes presentan este desorden alimenticio, se alimentan de manera compulsiva, y no precisamente de alimentos saludables, pues recurren a la comida chatarra, los dulces, las gaseosas, entre otros alimentos ricos en grasas y calorías. Por ello, es muy perjudicial para la salud.
La raíz del problema no está en lo que se coma, sino en el porqué, de modo que se convierte en una dependencia muy difícil de superar por uno mismo.
Los científicos han demostrado que la actividad eléctrica que se genera en determinadas zonas del cerebro es la responsable de que, ante determinadas experiencias, sintamos dolor o placer. Quienes las padecen buscan con las conductas adictivas un cambio autoinducido: repiten actuaciones concretas para provocar con ellas que las células nerviosas del cerebro produzcan una actividad generadora de un sentimiento específico.
Cada persona desarrolla una forma particular de enfrentarse al miedo, la ansiedad, el estrés, el dolor o la culpabilidad. Algunas son capaces de tratar directamente el problema, pero muchísimas recurren a la bebida, las drogas o el exceso de trabajo. Para otras se hacen crónicos los dolores de cabeza, estómago o espalda.
Estos intentos para eliminar o reducir el estrés o el dolor son temporalmente relajantes y placenteros, por lo que cuesta darse cuenta de que, a la larga, serán inapropiados y dañinos. Todo el mundo sabe que el exceso de comida no es sano, pero sus perjuicios no se notan mientras comemos.
Además es fundamental tener claro desde un principio que es necesario un gran esfuerzo de voluntad para curar la adicción a la comida y que, aunque resulte indispensable seguir un tratamiento, hay maneras de manejar desde uno mismo la compulsión a comer; para ello es bueno estar atentos a algunas señales del cuerpo y de la mente.
* Aprender a registrar el mensaje de saciedad que envía el cerebro. Apenas se detecte la sensación, dejar de comer en vez de seguir comiendo sin verdadero apetito.
* No comer «a cuenta» por suponer que más tarde se tendrá hambre.
* Respetar todas las comidas diarias, no saltear para luego llegar desaforados a la mesa.
* El viejo truco de beber mucho líquido resulta porque ayuda a calmar la sensación de hambre a la vez que desintoxica el organismo.
* Dormir las horas suficientes e intentar reducir el estrés en la medida de lo posible.
* Seguir permanentemente dietas parciales y drásticas no resulta a la larga además de no ser sano variar permanentemente de peso.
* No engullir los alimentos; saborear, masticar con calma, tomar conciencia de lo que se come.
* No satisfacer con comida los malos ratos, frustraciones, depresiones o enojos. Analizarlos y buscar la solución sin pasar por