La alimentación es fundamental para gozar de buena salud y para sentirnos saludables, necesitamos de todos los nutrientes para que nuestro cuerpo y nuestra mente funcionen con plenitud.
Vitaminas, minerales, carbohidratos, proteínas. Estos y otros elementos son indispensables para nutrir nuestro cuerpo. Sin embargo, una dieta sana y equilibrada no es algo que pueda definirse universalmente. Las proporciones en las que deberíamos consumir estos ingredientes varían de acuerdo a varios factores.
El nivel de actividad, la edad, características genéticas y ambientales determinan los requerimientos nutricionales de cada individuo en particular, así como los gustos y las costumbres de cada uno.
‘La buena salud comienza en la mesa’. Sin duda, una gran verdad que nadie se atreve a poner en duda. Y es que, según la alimentación que llevemos, será mucho más fácil prevenir determinadas enfermedades e, incluso, retrasar el envejecimiento. En este sentido parece más que demostrado (decenas de estudios así lo certifican) que el modelo de dieta mediterránea y sus alimentos clave sirven como modelo de referencia a la hora de ‘programar’ nuestra dieta. A continuación le proponemos un recorrido por todos esos alimentos y los motivos (propiedades nutritivas, saludables…) que hacen de ellos productos imprescindibles en la cesta de la compra:
Aceite de oliva: posee ácido oleico monoinsaturado que hace descender el llamado colesterol malo o LDL y potencia el HDL o bueno. Además, su gran aporte en ácidos grasos reduce la hipercoagulación de la sangre, reduciendo también el riesgo de trombosis, la incidencia de arteriosclerosis y de infarto de miocardio.
Ajo: este pequeño alimento, imprescindible en muchísimos platos, es rico en vitaminas A, B y C y en determinados minerales, como el potasio, que hacen de él un magnífico diurético e hipotensor. Resulta rico en fibras y es un eficaz antirreumático. Por si ello fuera poco, contribuye a disminuir el colesterol malo y su consumo regular parece disminuir la incidencia de cáncer de estómago y de pulmón.
Cebolla: su aporte en flavonoides inmuniza, disminuyendo también el riesgo de enfermedades cardiacas. Favorece el control del azúcar en sangre, reduce los niveles de LDL, además de ser diurética, hipotensora y expectorante. El cáncer de estómago y próstata parecen mantenerse más a raya si se consume a diario.
Cereales: añaden a la dieta hidratos de carbono complejos –almidón– y son muy energéticos. Aportan mucha fibra. Contienen vitaminas, sobre todo del grupo B y E. Los nutricionistas consideran a este grupo (formado, entre otros, por arroz, pasta, pan o maíz) productos insustituibles en una dieta equilibrada.
Huevo: el equilibrio de sus aminoácidos hace que el organismo los utilice para constituir las células del cuerpo; por eso, los médicos consideran sus proteínas de referencia.
Legumbres: su alto contenido en proteínas e hidratos de carbono hace que lentejas, garbanzos, alubias, habas o soja sean irremplazables en una dieta equilibrada. Además, lo ideal es tomarlas combinadas con cereales, resultando un plato de proteínas casi perfecto.
Nuez: según diversos estudios el consumo reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Pero, atención, ese consumo ha de ser moderado ya que es un fruto seco bastante calórico.
Pescado azul: su contenido en ácidos grasos poliinsaturados de la familia Omega 3 (con capacidades protectoras frente a las enfermedades del corazón) hace muy recomendable ingerir 4 ó 5 veces a la semana pequeñas cantidades (con 100 a 200 gramos resulta suficiente) de atún, salmón, caballa, boquerones o sardinas (pescados que además añadirán minerales, sobre todo yodo y calcio, al organismo).
Verduras y hortalizas: sus carotenos o provitamina A, (junto a su conocida acción antioxidante, que ‘vela’ por el lento envejecimiento de la piel), ayudan a proteger frente al cáncer de pulmón, de esófago y laringe. También son ricas en vitamina C, ácido fólico, sales minerales y fibra, resultando, por tanto, muy beneficiosas.
Yogur: el lactobacillus bulgaricus y streptococcus thermophilus, las dos bacterias vivas que se encuentran en él, son las verdaderas responsables de sus beneficiosos efectos sobre la inmunidad y el fortalecimiento de las defensas del organismo, Su consumo aporta proteínas de alto valor biológico, con todos los aminoácidos esenciales, minerales como el calcio, fósforo y vitaminas A, D y del complejo B. Por si todo ello fuera poco, se convierte en un fiel aliado frente a la anorexia, osteoporosis, úlcera gastroduodenal, diarrea, estreñimiento y colon irritable.