La ciencia no sólo está para ampliar nuestro conocimiento y aplicarlo en beneficio del ser humano, también tiene el deber de acercarse al gran público para que éste no quede al margen de sus avances y sepa valorarla y, hasta cierto punto, comprenderla. Si viviéramos en la era de las cavernas podríamos permitirnos vivir sin tener ni idea de ciencia, pero en un mundo cada vez más dependiente de la ciencia y la tecnología, ignorar sus principios más básicos es extremadamente peligroso a largo plazo.
Así pues, cuando llega el momento en el que un científico siente el deber y posee el tiempo necesario para divulgar su trabajo más allá de las revistas científicas, hacia la sociedad general (aun cuando ese extra se valorará laboralmente con el mismo valor que 0), se encuentra con básicamente dos posibilidades:
-La minoritaria, pero cada vez más extendida: El científico divulga su propio trabajo a través de la red, otras veces con libros o participaciones ocasionales en prensa y radio.
-La mayoritaria: El científico se pone en contacto con el periodista (o viceversa) para que éste haga de intermediario y de altavoz hacia la sociedad.
Aunque hay muchas y buenas razones para que científicos y periodistas colaboren y hagan llegar su información sobre ciencia a la población, también existen algunos “peligros” que hacen que bastantes científicos tiendan a huir de los periodistas como de la peste. Muchos pueden ser los miedos de un científico cuando contacta con un periodista pero, sin lugar a dudas, el principal temor es que el periodista exagere o tergiverse (de forma consciente o no) lo dicho por el científico.
Hace unos días, Vicent me mostró un ejemplo periodístico de lo que podría ser la peor pesadilla de un científico que contacta con un periodista. Les pongo en situación: Unos científicos de la Universidad Miguel Hernández de Elche, liderados por Ángel Nadal, llevan a cabo desde hace años investigaciones sobre los efectos en la salud de plásticos con bisfenol A, tanto in vitro (células pancreáticas) como en ratones, para evaluar su toxicidad (existen ciertas dudas en la actualidad sobre los efectos en la salud en humanos por este componente).
Como resultado de sus investigaciones, descubren que el bisfenol A interfiere en el metabolismo de la glucosa in vitro. Más tarde, también averiguan que los ratones hembras expuestas al bisfenol A se encuentran con un mayor riesgo de tener un estado pre-diabético (altos niveles de glucosa en sangre y cierta resistencia a la insulina) durante el embarazo, así como también los ratones machos de la camada de estas ratones hembra.
De una manera u otra, el coordinador y cabeza visible de la investigación, Ángel Nadal, entra en contacto con un periodista de 20 minutos y el resultado es este engendro de artículo: Un estudio sobre toxicidad de científicos españoles puede poner fin al “tupper”
¿Un periodista entra en contacto con uno de los mayores expertos sobre los efectos endocrinos del bisfenol A in vitro y en animales y que es lo que el periodista comunica de todas sus investigaciones? Esto:
Estas sustancias “se hacen pasar por hormonas en nuestro organismo, por ello se les llama también disruptores endocrinos”.
Sin embargo, no paramos de encontrar afirmaciones rotundas del bisfenol A fuera del ámbito de investigación del científico:
Tienen efectos en el sistema nervioso, propensión al cáncer, la estirilidad (sic)…
Entre otros efectos, la exposición a esta sustancia y otras como los talatos, produce alteraciones en el sistema nervioso, en las neuronas, en las mamas (propensión al cáncer), esterilidad, diabetes o dolencias cardíacas, e incluso se han relacionado con el cada vez más frecuente cáncer en los testículos.
Más graves, aún si cabe, pues no se refiere en ningún momento a que sean efectos sobre la salud confirmados en animales de experimentación expuestos a bisfenol A, dando al lector la falsa impresión de que son efectos en la salud ya confirmados en humanos. Cierto es que existen muchas hipótesis más que razonables sobre que algunos de los efectos del bisfenol A encontrados en animales puedan aparecer en humanos (sobre todo los efectos endocrinos), pero eso es algo que aún hoy no está confirmado y sigue en investigación. Probablemente no pasará mucho tiempo hasta que los grupos de investigación centrados en el bisfenol A y su relación con la salud humana den su dictamen. De, momento, la OMS no ha encontrado pruebas fiables de efectos en la salud humana y, por tanto, tampoco una justificación para prohibir el bisfenol A.
Sea como sea, este artículo destila amarillismo y alarmismo por los cuatro costados así como también tiene la curiosa peculiaridad de pasarse por el forro las investigaciones que, según el título, podrían poner fin al “tupper”. Digo yo que si son tan importantes qué menos que mencionarlas y explicarlas aunque sea de pasada.
La pulga snob ilustra magistralmente el principal miedo de los científicos al entrar en contacto con los periodistas: