En los últimos años, el auge de la práctica de deportes de alto riesgo sin medir las precauciones del caso ha provocado un aumento considerable de los casos de mal agudo de montaña. ¿De qué se trata esta desconocida enfermedad? ¿Qué gravedad reviste? ¿Cómo nos damos cuenta que la padecemos?
Si usted está pensando en viajar a un país de altitud mayor a los 3.000 metros o tiene planeado escalar una montaña, no puede desconocer la existencia del mal agudo de montaña, producido por el desequilibrio que se genera en el organismo que se somete a la baja presión atmosférica existente en esas altitudes.
Síntomas del mal agudo de montaña
La particularidad que tiene el mal agudo de montaña es que sus síntomas son difíciles de asociar, puesto que suelen confundirse con males menores. Por ello, es indispensable que cuando estemos en altitudes elevadas prestemos especial atención a las manifestaciones de nuestro organismo: un dolor de cabeza, la falta de apetito, náuseas, vómitos, padecer insomnio o sentirse fatigado.
Enfermedades derivadas del mal agudo de montaña
Estadísticamente, el mal agudo de montaña afecta al 86% de las personas que habitan comúnmente a pocos metros del nivel del mar y viajan a una altura por encima de los 2.500 – 3.000 metros.
Puede desarrollarse de manera benigna, lo que se manifiesta en edemas periféricos y fuertes dolores de cabeza; o de manera grave, que afecta a 7 de cada 100 personas que se exponen a grandes altitudes y puede convertirse en un edema cerebral de altura o en un edema agudo de pulmón.
¿Cómo prevenir el mal agudo de montaña?
La imprevisible variabilidad con la que aparece el mal agudo de montaña en distintos tipos de personas impide que se desarrolle un tratamiento preventivo 100% confiable. Sin embargo, existen ciertas pautas que podemos seguir para evitar su desarrollo:
Consumir abundante líquido, evitando el alcohol y los sedantes.
Mantener una dieta rica en carbohidratos, con porciones pequeñas en múltiples raciones.
Realizar poca o nula actividad física durante las primeras 48-72 horas de llegada a una altura superior a los 2.500 – 3.000 metros.
Ascender la montaña gradualmente, para favorecer la aclimatación del organismo.
Dormir en altitudes inferiores y ascender apenas nos levantamos. No es recomendable acostarse inmediatamente después de un ascenso.
Evitar los viajes directos a ciudades con gran diferencia de altitud, especialmente si superan los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Hacer escalas en lugares de menor altitud antes de llegar a destino.
Sigue estas instrucciones para prevenir el mal de altura.