Los tipos y modelos de familia han evolucionado y cambiado con el tiempo. Pero el núcleo familiar sigue siendo lo más importante para los españoles, un ancla a la hora de afrontar las dificultades y salir adelante. Eso no significa que no surjan conflictos y crisis en nuestra familia, sino que seamos capaces de afrontar los problemas y salir airosos de ellos.
Por lo general, cuando hablamos de salud mental o equilibrio emocional nos referimos a enfermedades personales. Sin embargo, el núcleo familiar también tiene, o no, un equilibrio emocional. De la forma en que sea capaz de afrontar las dificultades, podremos decir que es o no disfuncional. Por el contrario, muchas enfermedades mentales en un miembro familiar son potenciadas por familias disfuncionales.
Por eso, de los lazos afectivos, las formas de comunicación eficaz o la capacidad de derribar barreras que impiden las relaciones interpersonales entre los miembros depende en buena parte la buena salud de todos y cada uno de los que conforman esa familia.
Familias sanas y disfuncionales
Cada familia tiene sus singularidades y no hay una igual a otra. Sin embargo, todas tienen subgrupos distinguibles, como padres, hijos, pareja, etc. Cuando estos grupos tienen clara su función y entre ellos existe una buena comunicación y relación, la familia tiende a funcionar adecuadamente.
En las familias sanas existen límites claros, la jerarquía está bien definida, se establecen vínculos de afecto profundo, sus miembros se sienten aceptados y expresan su parecer sin temor al rechazo. Estas familias estarán capacitadas para asumir los cambios y las crisis.
Como padres, debemos tomar consciencia de nuestros propios sentimientos: conocerse a sí mismos es un buen punto de partida para anticiparse y prevenir posibles reacciones negativas.
Hacer frente de forma positiva a los impulsos emocionales intentanto regular de la mejor forma posible, aquella conducta habitual que no nos beneficia.
Conocer los sentimientos ajenos: es una buena manera de establecer mejores relaciones sociales, tratando de evitar reacciones adversas innecesarias de los demás. Comprender que todos podemos tener puntos de vista distintos y que ello no significa que debamos reaccionar de forma agresiva o irritable.
Tener metas y objetivos: la automotivación genera personas entusiastas y positivas en sus tareas diarias.
Tomar en serio los sentimientos de nuestros hijos: que sean pequeños no quiere decir que sus problemas sean absurdos o de menor importancia. Habrá que acompañarlos e indicarles la justa manera de abordar cada tropezón en su vida.
Las familias que no logran un equilibrio o estabilidad presentan síntomas de una disfunción o problema. En un extremo pueden llegar a generar violencia intrafamiliar, drogadicción o alcoholismo en alguno de sus miembros. Cuando nos encontramos con una familia enferma en sus relaciones entre ellos (lo que no significa que individualmente lo estén), es importante acudir a los especialistas (psicólogos, terapeutas familiares, psiquiatras, etc.) que pueden ayudarnos a encontrar las fortalezas para restablecer una situación de equilibrio.
Algunos de los aspectos más relevantes para una buena educación emocional en la familia, podrían ser la comunicación, la empatía y el autocontrol:
- Comunicación: Se debería ayudar a los niños a reconocer sus propias emociones, comprenderlas, y regularlas, para lo que es de especial utilidad el reconocimiento de las emociones por medio del lenguaje no verbal (también el verbal).
- Autocontrol: Enseñar a autoconocerse y en consecuencia, a controlarse según los propios estados de ánimo.
- Empatía: Desde el ejemplo, mostrar interés por lo que se dice, mediante la escucha activa y a partir de ahí, favorecer la comprensión de los puntos de vista de los demás.