La primera impresión es la que queda

Jesus L. Rodriguez

La frase “La primera impresión es la que queda”, es una frase que se ajusta a muchas situaciones diferentes. Incluso en las relaciones. Cuando una mujer desea impresionar a un muchacho no escatima esfuerzos. Busca tener las uñas bien cuidadas, tener un pelo bien ordenado, un buen maquillaje y bastante cuidado a la hora de elegir el vestuario, buscando que sea el más seductor.

La primera impresión es la que queda

Además de dar una buena bofetada en lo visual, la mujer espera que el hombre también se esfuerce por inculcar la mejor impresión en su primera cita. No sólo en apariencia sino también en las actitudes. Después de todo, si las cosas no son legales para empezar, es muy difícil dar una segunda oportunidad.

Debido a que cada mujer tiene diferentes gustos y expectativas, surge la pregunta: cuál es la actitud que espera que el demandante demuestre en la primera cita?

Ray Birdwhistell, uno de los mayores expertos en comunicación no verbal, cifra en un 65% el porcentaje de información que transmitimos a través de ella en cualquier conversación, dejando únicamente el 35% a las palabras, al mensaje verbal propiamente dicho. Por su parte, Jürg Studer[1] sitúa en más de la mitad la información que transmite nuestro cuerpo en una conversación normal.

Los porcentajes seguirán fluctuando ligeramente si hacemos referencia a otros autores y/o estudios similares pero, en todo caso, sirven para mostrarnos una evidencia: la importancia del lenguaje del cuerpo y el hecho irrefutable de que cuando hablamos no sólo enviamos información a través de nuestras palabras, sino que también lo hacemos con los gestos, las miradas, los movimientos, las posturas, la forma en que vestimos, etc. De hecho, es algo mucho más asentado en nuestras costumbres de lo que podríamos pensar a primera vista, tal y como puso de relieve el guionista de un programa televisivo de humor.

Y es que tenemos que ser conscientes de que en cualquier proceso de comunicación participa siempre toda nuestra persona y de algo todavía más importante: el cuerpo no miente, de modo que si durante una conversación pretendemos decir algo contrario a lo que realmente pensamos, es decir, “engañar” a nuestro interlocutor, es muy posible que nuestro cuerpo nos delate a través de algún gesto o movimiento que revele nuestras verdaderas intenciones.

Por eso, si vamos a hablar en público, debemos tener en cuenta que no empezamos a comunicar cuando iniciamos nuestra intervención sino que en realidad comenzamos a hacerlo mucho antes, desde el mismo instante en el que entramos a la sala en la que vamos a dar el discurso y algún miembro del público establece el primer contacto visual con nosotros.

Y en este mundo tan acelerado, la gente, nos guste o no, suele juzgar mucho a partir de una primera impresión, sea para un trabajo, para una amistad, o para una relación amorosa.

Muchos de nosotros, hemos experimentado esta sensación, de uno o de otro lado. Hemos descartado a personas por la sensación que nos provocaron apenas las conocimos, o bien hemos sido rechazados sin que siquiera nos dieran la chance de mostrarnos.

Según los especialistas, diez segundos son suficiente tiempo como para dar un vistazo al perfil de la persona y decidir si querremos seguir o no con ella.

Condiciones generales

Volveremos a utilizar una obviedad, algo incluso redundante, pero no por ello menos cierto: Una buena personalidad… es algo muy personal. No existe un “patrón” que se pueda utilizar para agradar a los demás, ya que sobre gustos no hay nada escrito.

Sin embargo, lo que está vistiendo, su postura, el contacto visual, la firmeza de su apretón de manos (si e hombre) o su maquillaje (si es mujer), perfume o colonia, son ítems que siempre importarán en este campo.

No existe una personalidad que agrade a todos, pero podríamos decir que alguien que es muy galán, encantador, chistoso, conmovedor, o creativo, podrá experimentar mejores resultados. Asimismo, existen algunos puntos generales de protocolo y de expresión que deben ser evitados.

Nunca es bueno llegar tarde, vestir un atuendo manchado, o masticar con la boca abierta una primera cita de un restaurante fino.

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