«Contrato fijo… ¡quién pillara uno de esos!». Emilio Castro Otero, doctorado en Física de materiales, lleva años investigando nuevas formas de administrar fármacos selectivamente, de forma que puedan actuar sobre tumores o zonas afectadas sin dañar al resto del organismo. Ha estado en Santiago de Compostela, Burdeos (Francia), de vuelta a su Galicia natal y ahora está pasando dos años en Portugal, tras los cuales se incorporará a un nuevo proyecto en Andalucía.
Un periplo científico que le ha llevado a trabajar con colegas de distintos países y carreras -experiencia que considera «casi mejor que hacer turismo»- y le ha obligado a encadenar un contrato tras otro con el fin de poder seguir haciendo el trabajo que más llamó su atención cuando aún era un estudiante de Física en la Universidad de Santiago (USC): «Cacharrear en el laboratorio».
El doctor Castro, que ha sido portavoz de la Federación de Jóvenes Investigadores (FJI-Precarios), repasa su carrera científica con una mezcla de resignación espartana y orgullo de superviviente: Ha trabajado sin cobrar y ha tenido sueldos de 200, 500 y 800 euros al mes, «que para vivir en Santiago no estaba mal». Ahora, «con 33 años he vuelto a ser becario», indica. Aunque lo cierto es que se muestra satisfecho de su actual posición en Portugal, en el Grupo de Biomateriales, Biomiméticos y Biodegradables de la Universidad do Minho, al que considera «un referente europeo» en este campo.
«Somos un grupo muy grande, el mayor en que yo he trabajado, con más de 100 personas», apunta. «Aunque el grueso de investigadores predoctorales son portugueses y brasileños, a nivel posdoctoral tenemos investigadores de muchos lugares: China, India, Holanda, EEUU, Cuba…». Vive en la histórica población de Braga, tercera ciudad de Portugal en tamaño y sede del Laboratorio Ibérico de Nanotecnología (http://www.elmundo.es/elmundo/2009/07/17/ciencia/1247838124.html), aunque no trabaja allí, ya que su grupo posee una sede propia a 10 kilómetros.
Un instituto para un solo grupo
«No es nada normal que un ‘simple’ grupo de investigación tenga todo un instituto para trabajar», asegura. «Estamos divididos en dos secciones: una más química-física donde hacemos los biomateriales, los caracterizamos y modificamos, y otra donde probamos ‘in vitro’ el crecimiento celular sobre ellos, la administración de fármacos con los mismos…».
El idioma predominante es el inglés, aunque es habitual también usar el portugués, y la colaboración entre distintas es algo cotidiano. «Comparto grupo, laboratorio y el día a día con veterinarios, biólogos, ingenieros biomédicos… Es realmente enriquecedor», sostiene Castro, quien ha recibido una beca de la Fundación Progreso y Salud de la Junta de Andalucía. Con ella podrá completar su estancia en Portugal y a continuación pasar otros dos años en Andalucía, posiblemente en Málaga.
La principal diferencia entre el sistema científico español y el portugués es, a su juicio, que éste último es «más pequeño». Además, carece de autonomías, por lo que las vías de financiación se limitan a proyectos nacionales o europeos, además del apoyo privado. Sin embargo, este investigador natural de Pontevedra considera que la ciencia española se encuentra en peligro de sufrir una «involución», que podría conducirnos a perder «lo que nos ha costado bastantes años alcanzar».