Durante décadas, fue la reina de las curas caseras. Con su característico color rojo, la mercromina tiñó la niñez de generaciones de españoles que lucían en sus codos y rodillas las ‘huellas’ que dejaban los juegos en la calle. Como la sopa de letras o la tarta helada, tuvo su época dorada en los hogares patrios, pero, con el paso del tiempo, acabó destronada por antisépticos más modernos.
La mercromina llegó a España en los años 30 de la mano del químico José Antonio Serrallach Juliá, que conoció las bondades del producto durante su estancia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU). Pronto se convirtió en uno de los medicamentos estrella de la empresa Lainco -que aún hoy comercializa el fármaco en nuestro país-, y en pocos años, el nombre comercial con el que Serrallach había bautizado al producto (el principio activo se denomina merbromina) se utilizaba como genérico en todo el país.
«Hasta los 70 se usó muchísimo», comenta Jordi Ballesta, el actual director técnico de Lainco. A partir de esa fecha, señala, las ventas comenzaron a descender y, aunque hasta mediados de los 80 era fácil encontrarlo entre el arsenal casero de medicamentos, el declive ya fue imparable.
Según Ballesta, la introducción de la povidona yodada en los hospitales del país marcó el inicio del ocaso. «Hasta entonces los centros utilizaban sus propios preparados como antisépticos, pero con la llegada de este producto dejaron de hacerlo y pasaron a comprarlo directamente. La gente siempre pregunta cómo continuar con las curas en casa y empezaron a apostar por el mismo fármaco que habían visto en el hospital«, señala.
Para Francisco Zaragozá, catedrático de Farmacología de la Universidad de Alcalá de Henares, «las estrategias comerciales y la disponibilidad de muchas formas de presentación de los productos yodados» sin duda contribuyeron a la expansión de estos antisépticos. Pero también ayudaron al cambio las propiedades de los nuevos fármacos.
«El espectro antibacteriano de la povidona yodada es mucho mayor», coincide Miguel Ángel Hernández, al frente del Grupo de Fármacos de la Sociedad Española de Familia y Comunitaria (SemFYC). «En general, combaten un mayor número de gérmenes, su acción es más prolongada y provocan menos reacciones en la piel, por lo que han ganado terreno», añade.
En el reinado de los nuevos antisépticos, apunta Pilar Gómez Pizarroso, enfermera del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, también la clorhexidina se ha ganado un importante hueco. «Además de ser más potentes, este producto y los derivados del yodo no enmascaran el color de los tejidos, por lo que se puede ver mejor su evolución», indica.
Tanto esta especialista como el doctor Hernández coinciden en señalar que el hecho de que mercromina contenga cierta cantidad de mercurio en su formulación también ha contribuido a su olvido. «El mercurio se ha ido retirando progresivamente de nuestras vidas. La mercromina es segura, no hay problema en usarla como antiséptico, pero eso ha ayudado a su sustitución», señala.
Una historia repetida
En nuestro país, la merbromina sigue siendo un producto autorizado y, según el director técnico de Lainco, aún empleado en algunas áreas como «el tratamiento del pie diabético o de los estomas», pero, en otros países, como EEUU, ha sido retirada del mercado.
En 1998 la Agencia del Medicamento estadounidense (FDA en sus siglas en inglés) decidió poner punto y final a la historia del fármaco en el país sacándolo definitivamente de su lista de productos reconocidos como «seguros y efectivos». Sin embargo, según Juan José Ballesta, profesor de Farmacología de la Universidad Miguel Hernandez de Alicante, esta decisión se debió más a cuestiones administrativas que a un problema de seguridad del paciente.
«Como era un producto muy antiguo y no se había sometido a controles modernos, pidieron a los fabricantes que realizaran pruebas similares a las que se exigen a los fármacos nuevos para entrar en el mercado. En la época el producto ya no era rentable para las farmacéuticas, así que nadie hizo las pruebas y acabó retirándose», comenta este especialista, que asegura que la historia de la Farmacología está plagada de carreras fulgurantes que acaban en el olvido.
«Es un área muy cambiante. Los manuales se sustituyen constantemente porque no dejan de aparecer medicamentos mejorados que hunden a sus predecesores», señala.
La mercromina llevaba pues el destino marcado en su tintura. Y, aunque hubiera conseguido frenar a las opciones más modernas, quizás tampoco habría podido hacerse un hueco en un mundo donde, como comenta Jordi Ballesta, «los niños ya no llevan costras porque cada vez juegan menos en la calle».