El poder sanador de la palabra es conocido desde tiempos inmemoriales. El saber ancestral y las medicinas populares lo utilizan activamente en forma de mantras, plegarias y otras variaciones que la experiencia ha mostrado capaces de influir beneficiosamente en la recuperación de la salud.
Todo comenzó con la palabra hablada
Fue Sigmund Freud quien le dio jerarquía científica al uso de las palabras al crear el método psicoanalítico y su utilización se extendió a lo largo de todo el siglo XX en consultorios de psicoanalistas, psicólogos y otras escuelas derivadas del mismo origen, como la orgonomía.
Básicamente, se trata de reconocer la influencia de las emociones en el estado de salud de una persona y la importancia de permitir que las emociones negativas sean expresadas, porque al darles cauce se produce un efecto liberador y el paciente obtiene alivio a sus dolencias.
Todo esto concierne a la palabra hablada, a un médico, psicólogo o sanador que escucha al paciente, lo interroga y lo va orientando por un camino de armonización física, mental y espiritual a través de la conversación.
En el siglo XXI se utiliza la palabra escrita
La novedad que aporta el siglo XXI es el reconocimiento del valor terapéutico de la palabra escrita. Uno de los pioneros de esta nueva tendencia es el profesor de psicología de la Universidad de Texas James Pennebaker, quien investiga desde hace más de 30 años los efectos de la escritura expresiva sobre la salud corporal y psíquica.
La diferencia entre la palabra hablada y la palabra escrita es que para poner por escrito el relato de un hecho o de una situación emocional, necesitamos elaborar el concepto, pensarlo de otra manera, organizar la expresión. Este proceso nos ayuda a clarificar nuestro propio sentir, reordena la situación dolorosa y cambia la forma en que organizamos nuestro mundo interno.
No escribir artístiscamente sino expresarse
Es un método sencillo que todos podemos practicar en la intimidad de nuestro cuarto. La idea es dedicar cada día de 10 a 30 minutos a escribir con libertad, centrándose en el motivo de preocupación o de angustia y las emociones que desencadena, sin fijarse en el estilo o la corrección gramatical. Escribe “como salga”, todo cuanto te venga a la mente, no te contengas ante las palabras groseras que puedan surgir, déjalas entrar en la escritura.
No busques definir tus emociones. Describe las manifestaciones corporales que las acompañan (por ejemplo, dolor, opresión, ahogo) y el entorno en que aparecen (disgustos en el trabajo, problemas familiares, relaciones con otras personas, etc.)
Pasado el momento, haz lo que quieras con tu escrito: destrúyelo si te viene en gana, pero es aconsejable guardarlo; te puede ser útil releerlo al cabo de un tiempo y notar los cambios producidos, lo cual es sumamente productivo como aprendizaje.
Obtener respuestas sin hacer preguntas
Cuando hayas adquirido algo de entrenamiento, avanza un paso más e intenta escribir un texto que refleje simbólicamente la situación que te perturba pero hazla finalizar de forma positiva, es decir, escribe un cuento con final positivo. Te sorprenderás de los resultados.